Wed, 19 Aug 2009
leí este cuentillo, breve, muy breve.
A ver si te gusta champiñon.
Esta mañana me ha despertado la vecina para anunciarme que ya se larga por
que ya no aguanta a su marido.
-Necesito que me prestes un martillo para desarmar la cama por que me la
voy a llevar.
-¿La cama?
-Sí: La cama y la tele son mías todas las demás chingaderas
se las puede quedar ese cabrón, pero la cama y la tele son mías -Dice, muy
molesta.
-Oye, cálmate., entiendo que lo abandones y te lleves la cama, pero la
tele... eso si que sería un crimen.
-Ya está decidido, me llevo la tele por que me la llevo, ¿me vas a prestar
ese martillo o qué?
-Está bien, está bien, pero ¿Ya no te volveré a ver?
-No, no lo creo, me voy a casa de una tía que vive lejos. Quizá te pueda
llamar un día de estos...
-Eso quiere decir que ya... nada de nada...
-Así es; ya nada de nada. Y no alcanzamos a definir la situación.
Después de ese nada de nada hubo de todo. Con esa costumbre tan suya de
lanzar gemiditos de niña buena y al final -si es que hay un final- tuve
que ponerle un cogín en la cara, como la primera vez, eso fue atentar
contra la ternura.
-¿Ahora me puedes prestar tu martillo?
-Sí -le contesto, y saco de mi cajon de herramientas un ejemplar bastante
oxidado, me sentí comprometido, al menos con ayudarle a desarmar su cama;
de hecho ya estaba desarmada desde hace mucho tiempo.
Había visto sus pleitos de pareja y no dejaban de parecerme estúpidos,
patéticos y familiares. Era como ver una personificación de mi pasado.
Todos los manerismos, los hábitos de autodefensa, los insultos, las
tretas, todo lo que incluye una aburrida y destructiva vida conyugal; yo
ya lo había vivido, y nada de lo que veo ahora era sorprendente, apenas
algunas diferencias: Alondra -mi ex mujer- era muy tonta, carente de
coraje para agarrar la vida por los cuernos,para tomar un martillo y
desarmar la cama donde había puesto tantas esperanzas y yo era menos
tolerante, siempre buscando el daño perfecto, el adjetivo hiriente, la
vida en guerra. Eso era la vida con ella; dormir en plena guerra.
Terminamos de desarmar la cama.
-Bueno, supongo que ya no nos volveremos a ver dije esperando una segunda
oportunidad.
-Supongo que no, quizá un día nos encontremos por allí, yo te llamo.
-Sí, tú me llamas.
-Toma, tu martilo, dijo. Lo tomé y dejé que la mañana se fuera pudriendo
hasta el mediodía.
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